De reconocimiento e intolerancia


Ayer estuve releyendo a Judith Butler para la tesis. Repasaba y repasaba los subrayados que llenaban casi todos los libros y los asteriscos, exclamaciones, ojos dibujados, esquinas dobladas, para llamar la atención sobre los simples subrayados que ya parecían menos importantes. Un mapa secreto de cómo bullía mi cerebro. Supongo que decir que Género en disputa y Deshacer el género me cambiaron la vida es un cliché. Ya podía haber elegido obras más originales.

Lo releía antes de las seis y media, cuando saldría de casa para dirigirme hacia Neptuno. Cuando leí a Butler por primera vez me encontré con una política de la inclusividad fascinante. Encontré todo lo que era y todo aquello en lo que me quería convertir: la capacidad de reconocimiento del Otro, la capacidad de reconocimiento de los Otros aunque la existencia de algunos Otros desestabilizase mi propia existencia y la existencia de otros Otros. Me gustaba que el hecho de que el temblor que suponía esa desestabilización fuese algo que no debíamos eliminar. Nunca he llegado a leer a Spinoza ni a Hegel aunque ayer volví a sentir las ganas.

Me creí a Butler y supongo que de alguna manera me lo sigo creyendo. La posibilidad de una política del reconocimiento y de la inteligibilidad de todxs, permitir la vida tal y como unx necesita que sea para poder llamarla vida. Desde que soy pequeña, en mi casa me han dicho que soy muy intolerante. Antes me daba rabia, porque lo entendía un insulto y yo no quería ser intolerante, con tanto perroflautismo y hippismo que me traía encima. No sabía explicar que hay cosas que no se pueden tolerar.

Nos están matando de recortes y parece que hay que explicarlo. No quiero luchar contigo, todxs juntxs y unidxs por un país mejor. Tú no eres como yo. Tú no vas en mi barco porque tú me estás matando a mí. La política no es un juego y escoger a un partido o a otro tiene consecuencias. Tu voto nos está disparando bolas de goma y de plomo. Y no puedo ni quiero luchar contigo para nada. ¿Eso quiere decir que no te reconozco como Otro? A lo mejor Butler es demasiado buenista y yo sólo quiero lanzar piedras. Pero me da un ataque de pánico tras la primera carga y no valgo para la guerra. ¿Cómo explico esto ahora? ¿Qué hago con toda la rabia?

La imagen es de Indisorder.

3 reacciones

  1. me hago tu pregunta cada día: ¿qué hago con toda la rabia? yo tampoco quiero que nos ubiquemos en armonía del otro lado de la acera, porque no es verdad. no vamos todos en el mismo barco, eso está claro.
    pero hay momentos extraordinarios, como ahora, en que emergen distintas fuerzas en algunos puntos de la lucha. muchísima gente está empezando a poner en duda el sistema, muchísima gente está empezando a tener rabia también. quizás sólo porque perdieron su comodidad, pero al menos el grito está en la calle, y no encerrado en una habitación.
    creo que ahora tenemos la oportunidad de unir nuestras voces a otras voces; de hacer que esas conciencias que despiertan, esos cuerpos que se manifiestan, se den cuenta de que no es cuestión de chillar y reclamar solamente, sino sobre todo de actuar. ¿En qué dirección? ahí esta el problema...

  2. Mi problema no es reconocer al resto de la gente que sale a la calle o que se enrabia, entiendo la necesidad de alianzas temporales y estratégicas. Mi problema es reconocer a la gente que no siente esa rabia, que despotrica contra las manifestantes y que dice que así no se arreglan las cosas, sino que hay que estar todas juntas levantando el país, como si existiera un todas en las que ellas o nosotras pudiéramos estar incluidas...

    Gracias por tu comentario :)

  3. La rabia, por definición, no puede gestionarse. Es una putada, pero nadie dijo que fuera fácil. Las cosas tienen consecuencias. Eso es tan verdadero, y genera, a su vez, tanta rabia... Quizá el secreto sea hacer de la rabia frustración, y de ésta, a su vez, ímpetu. El ímpetu tiene la fuerza de la rabia, y también su caos, pero en una suerte de definición causal, siempre nos mueve en una dirección correcta. Gran entrada!

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